En primer lugar,
si queremos relacionar la relación clínica y el consentimiento informado
tenemos que fijarnos en un concepto muy importante llamado Autonomía, para ello debemos remontarnos al filósofo de
la ilustración Immanuel Kant, autor de "Critica de la razón pura", que
establece este concepto refiriéndose a la esencia humanad de la voluntad libre,
"El deber
moral consiste en ser fiel a la buena voluntad que se rige por el
imperativo categórico de tratar a toda persona como fin y no sólo como
medio."[1], además, en complemento con el principialismo de Georgetown y
su presencia en la tétrada principialista europea: vulnerabilidad,
dignidad, integridad, autonomía.
La llegada de
la modernidad, y de la autodeterminación de las personas, es otro antecedente
importante en el análisis, pero "el aterrizaje de estas ideas en el
ámbito de la relación médico–paciente fue tardío"[2], también fue un
proceso lento, que se fue dando, con el empoderamiento de la gente, exigiendo
sus derechos. Esto ayudó a derrumbar la concepción del parternalismo médico
para reemplazarlo por una relación centrada más en el paciente, escuchando sus
opiniones y todo lo que le aqueje con una mirada de la enfermedad desde el
enfermo y no desde el que lo va a curar. ( "Así, durante el siglo XX, los
pacientes reclamaron que los médicos reconocieran la necesidad de
replantear totalmente el paternalismo de las relaciones clínicas porque
no respondía al desarrollo moral de la sociedad"[2]).
La autonomía
se desarrolla como concepto en el ámbito clínico, principalmente porque
consigue reemplazar el paternalismo médico ( "La obligación del
médico era, en este sentido, tratar de restablecer en el enfermo
el orden natural perdido, la salud, y la del paciente colaborar con
el médico en ello."[3]), esto a través de la bioética, y para
cuando se quiso llevar el ámbito de la relación clínica a la palestra, la
bioética realiza un análisis muy interesante, planteando la prioridad de la
voluntad del paciente frente a la información entregada por el profesional (
"(..)el encuentro clínico que debía sustentarse en la información
entregada por el terapeuta y en la voluntad del paciente por
decidir"[1]).
Uno
de los problemas planteados actualmente, es que las falencias del
consentimiento informado, lo han transformado en "(...)un
procedimiento burocrático y muchas veces secretarial"[1], esto afecta
directamente la relación clínica, ya que se vuelve un proceso tedioso que dificulta
la conexión con el paciente y la real representación de su voluntad. Por otro
lado, se plantea también otro conflicto con la relación clínica que tiene que
ver con la falta de confianza en instituciones y profesionales.
Sin
embargo, el consentimiento informado sigue siendo la representación más
"certera" de la autonomía del paciente, el hecho de decidir por
cuenta propia los procedimientos y tratamientos, denota una participación
importante del usuario, lo que es muy rescatable en la relación médico-paciente,
por lo tanto, es fundamental mejorar el CI lo más posible, para liberarlo de
todo paternalismo y además, hacer que sea menos burocrático y más
interpersonal.
Es
una necesidad también, que el CI sea sencillo de acuerdo al paciente, para que
la información sea lo más comprensible posible: "ha de ser veraz
y atingente a los valores del paciente; más que una empecinada y
detallada completitud, lo central siendo un esclarecimiento relevante,
libre de tecnicismos, y la disposición a ofrecer más información si
el paciente así lo solicita."[1]
BIBLIOGRAFÍA
1.
Kottow M. El consentimiento informado en clínica: inquietudes persistentes.
2016;1459–63.
2.
1. Sim P. Diez mitos en torno al consentimiento informado Ten myths
about informed consent. 2006;29:29–40.
3.
1. Júdez J. Consentimiento Informado [ Informed Consent ].
2001;7753(July).