El consentimiento informado se
basa en ciertos valores bioéticos, como son autonomía y beneficencia (1). La autonomía se entiende
como “la capacidad para autoimponerse reglas o normas sin la influencia de
terceros o presión externa” (2), y esta se encuentra
restringida cuando se presentan estados en los que la autonomía del paciente se
podría ver afectada. Es justamente en este contexto en el que aparece el
término de competencia, considerando que frente a cualquier
decisión que una persona deba tomar frente a alguna situación que involucra una
intervención, uso de datos íntimos, procedimientos diagnósticos, etc. Esta debe
realizarse siendo “competente o capaz” (3). La evaluación de la
competencia puede realizarse mediante un gran número de herramientas, las
cuales han ido también variando con el tiempo y el enfoque que cada modelo
clínico le otorga. En esta oportunidad, queremos analizar brevemente cómo
podemos relacionar cada herramienta de evaluación de competencia o capacidad y
su relación con un modelo deliberativo y centrado en el paciente.
- Jame Drane propuso ya en 1985 (1), un modelo de escala
móvil, en contraposición a otros modelos existentes hasta entonces, que
buscaban generar un estándar de competencia aplicable en toda situación;
“según cambie la decisión médica, cambian los estándares de competencia
para decidir sobre ella”. A grandes rasgos, este modelo busca equilibrar
los principios de beneficencia y autonomía en consideración de “las
capacidades mentales” de cada paciente, en torno a ciertas habilidades de
pensamiento y discernimiento a la hora de abordar un proceso de decisión
que implique aceptar o rechazar un tratamiento; el principal pilar de esta
propuesta es la racionalidad del paciente, considerando que de acuerdo al
contenido que conlleve esa decisión, se debe contar con una mayor
capacidad para razonar y analizar los factores implicados. En lo que
respecta a su relación con el modelo deliberativo, éste acepta abiertamente
la posibilidad de comportamientos paternalistas, si bien
argumenta que es con el fin de preservar el concepto original de
competencia y que se enfoca, además, en prevenir la toma de decisiones que
pongan en peligro la integridad del paciente y que, por ende, atenten con
el principio de beneficencia.(1)
- En 2015, Pose nos resume brevemente el modelo
postulado por Grisso y Appelbaum en 1998 (4), que por sus siglas en
inglés se conoce como MacCAT-T. A grandes rasgos, es un modelo de 4 fases
que consisten en: Comprensión, Apreciación, Razonamiento y Expresión de
una elección. Cada parte posee un puntaje que debe ser asignado a criterio
del profesional y al final, este puntaje se suma y se obtiene un resultado
que nos permite conocer el “nivel de competencia” del paciente. El autor
nos resume apreciaciones importantes que se encuentran en la edición en
español de este libro, que expresan las limitaciones de este método: “Los
pacientes que hayan obtenido una calificación en la ‘media’ o por encima
de ella en las cuatro dimensiones de la MacCAT-T es muy probable que
tengan suficientes habilidades para decidir, lo que justifique la
valoración como capaces para tomar la mayoría de decisiones sobre
tratamientos. En contraste, aunque la obtención de puntuaciones bajas en
las habilidades de la MacCAT-T de los pacientes sugiera la valoración como
no capaces para tomar decisiones sobre tratamientos, las puntuaciones
solas por sí mismas casi nunca constituyen la base para hacer el juicio
definitivo sobre capacidad".(4)
- En este pequeño estudio (3), la autora combina el
método MacCAT-T con otro formulario que permite medir la capacidad o
competencia: “Ayuda para la Evaluación de Competencia” (Aid to Capacity
Evaluation (ACE)). El matiz de este caso es que nos ofrece una amplia gama
de preguntas con diferentes enfoques que permiten aterrizar la descripción
de las metodologías y, por otro lado, concluye con la importancia del rol
que cumple el profesional en esta evaluación; además, agrega a otros
autores que entregan parámetros para evaluar aspectos cognitivos y afectivos
del paciente, así como pautas para
guiar una indagación en el grado de conocimiento y de certeza en la toma
de decisiones. Es sumamente relevante destacar, que la autora declara que
el médico, en caso de encontrarse con un paciente que “tome una decisión
insensata a nuestro juicio” conlleva a un nuevo intento de hacerle
entender la situación y las consecuencias que puede tener su decisión; de
mantener su postura, es absolutamente necesario recurrir a la evaluación
de su capacidad, y, de ser un paciente competente, se debe
respetar su decisión.(3)
Ya habiendo analizado todos estos
casos, es posible concluir que existen métodos más o menos deliberativos para
evaluar la capacidad de un paciente, pero que en un modelo que considere la
autonomía del paciente es importante no imponer decisiones ni puntos de vista y,
por otro lado, considerar las diferentes variables que llevan a este a tomar
una decisión. Los profesionales de la salud, guiados por una práctica clínica
basada en el respeto y valoración de la dignidad y autonomía del paciente,
deben tener claro que esta última se basa en criterios esbozados anteriormente,
y que procedemos a explicitar: Actuar voluntariamente,
es decir libre de coacciones externas; Tener información suficiente sobre la
decisión que va a tomar, es decir, sobre el objetivo de la decisión, sus riesgos,
beneficios y alternativas posibles; Tener capacidad, esto es, poseer una serie
de aptitudes psicológicas –cognitivas, volitivas y afectivas– que le permiten
conocer, valorar y gestionar adecuadamente la información anterior, tomar una
decisión y expresarla (5). Conociendo y entendiendo a cabalidad el concepto de autonomía es cómo podemos acercarnos hacia una mejor
evaluación de los elementos que la componen, como es la competencia.
Por otro lado, cabe señalar que
en Chile no se ha legislado mayormente en torno a los mecanismos para evaluar
la competencia de los pacientes, lo que por ende tampoco ha permitido grandes
avances en metodologías propias en estas temáticas. Es imperante que los
clínicos y profesionales de la salud contemplen estas
perspectivas e incluso que se manejen es estas formas de medir la capacidad,
para poder determinar cuando un paciente está obrando bajo su autonomía en
plenitud.
BIBLIOGRAFÍA:
1. Drane J. “The many faces of competency”
(extracto). Hastings Cent Rep. 1985;15(2):17–21.
2. Beca JP, Astete C. Bioética Clínica. 2°.
Santiago, Chile: Mediterraneo; 2012.
3. Fuentes X. Evaluación de Competencia.
Rev Chil Neuropsicol. 2010;5(1):1–6.
4. Pose C. Herramienta de Evaluación de la
Capacidad para Tratamiento. EIDON. 2015;43:82–8.
5. Simón-Lorda P. La capacidad de los
pacientes para tomar decisiones : una tarea todavía pendiente. Revi Asoc Española
Neuropsiquiatría. 2008;XXVIII(102):325–48.
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